27.9.06

The Wind that Shakes the Barley (El Viento que Agita la Cebada)

Ayer fui al cine a ver el último film de Ken Loach, ganador de la Palma de Oro en Cannes'06. Quería ir a verla desde el martes pasado, cuando la película a ver fue Salvador (y esa es otra historia que merece ser contada, pero no aquí) y me alegré al descubrir que ya la habían estrenado. Hacía tiempo que leí ese título, que llamó mi atención desde el primer momento. Y es que hace años descubrí a Lisa Gerrard y Brendan Perry como el dueto musical Dead Can Dance gracias a una emotiva canción que se titulaba así. Una canción cuyo único (y suficiente) atractivo era la voz grave y triste de Lisa. Me compré el álbum (Into the Labyrinth) y de vez en cuando lo escucho, y casi siempre se me ponen los pelos de punta cuando escucho esa canción que habla de amor, pérdida y tristeza.
Ayer supe que esa canción existe desde hace algún tiempo (1798 para ser exactos), pues es una antigua balada irlandesa, y la escuché cantada por otra mujer dentro de la película, en una escena repleta de amor, pérdida y tristeza. ¡Qué dos horas más bien aprovechadas! Durante ese tiempo somos testigos de la experiencia vital de Damien y Teddy O'Donovan (creo), unos hermanos que tuvieron la desdicha de ser irlandeses durante las primeras décadas del pasado siglo, en los inicios del movimento rebelde del Ejército Republicano Irlandés. Trata de hacernos testigos de las vicisitudes que sufrió el pueblo bajo el yugo del Imperio Británico bajo un marco rural, de gente normal, donde se nos muestra a unos malos muy malos (o sea, los soldados y polícias británicos) que abusan brutalmente del pueblo sometido. Son "héroes" que vuelven de la Primera Guerra Mundial y desde su orgullo como primera potencia europea se creen en el derecho de hacer lo que quieran con total impunidad (¿a qué me suena eso?). Pero, como siempre, los abusos acaban teniendo represalias y los jóvenes sometidos, tras varios crímenes atroces, deciden responder la violencia con violencia, sumándose a lo que más tarde derivaría en el IRA.
La historia se centra principalmente en Damien, que comienza siendo un joven médico que parte a Londres para labrarse un futuro. Pero el Destino no deja marchar al "inteligente" de la región, y una serie de sucesos hace que renuncie a un futuro con posibilidades para no defraudar a sus ideas, sus amigos y su tierra. Más tarde de lo que esperaba se nos presenta a Teddy y la relación entre los dos hermanos, que pesa por su ausencia. Hay destellos de unión entre los dos por pequeñas acciones y palabras (sobretodo en una ocasión espeluznante) o por lo que explica Damien, y son sus palabras testigo de expectativas, frustraciones y un tosco amor fraternal que acaba siendo desgarrado en la dramática recta final.
La película trata diversos asuntos con más o menos brillantez: el dolor del pueblo sometido y olvidado, el amor que nace de la desdicha, el hermanamiento entre los que sufren, el abuso de poder, los peligros y horrores a los que nos puede arrastrar una Idea, el inicio de una Guerra Civil... Todos los puntos de vista están bien desarrollados aunque más de una vez se profundiza poco en ellos. Cuesta implicarse emocionalmente con unos personajes cuyos sentimientos son presentados como ligeros esbozos. A veces es demasiado descarnada, y más de una vez me quedé con ganas de más, sobretodo de más emoción; pero supongo que de ahí radica su poder; de enseñar una pizca de un sentimiento o de una situación y tener que imaginarnos el resto...
No iré a verla de nuevo al cine, seguro; pero es una de las películas que quiero tener cuando la pongan a la venta. Una película que me atrajo desde el principio por ese título evocador... por esas palabras llenas de poesía...
I sat within the valley green, I sat me with my true love.
My sad heart strove the two between, the old love and the new love.
The old for her, the new that made me think on Ireland dearly.
While soft the wind blew down the glen, and shook the golden barley.
'Twas hard the woeful words to frame, to break the ties that bound us.
But harder still to bear the shame of foreign chains around us.
And so I said "The mountain glen I'll seek at morning early.
And I'll join the bold United Men, while soft winds shake the barley."
While sad I kissed away her tears, my fond arms round her flinging.
When a foe, man's shot burst on our ears from out the wildwoods ringing.
A bullet pierced my true love's side, in life's young spring so early.
And on my breast in blood she died, while soft winds shook the barley.
But blood for blood without remorse I've taken at Oulart Hollow.
And laid my true love's clay like corpse, where I full soon must follow.
Around her grave I've wandered drear, noon, night, and morning early.
With breaking heart when e'er I hear the wthat shakes the barley.
Y ahora un experimento, o sea, la traducción:
Me senté en el verdor del valle, me senté junto a mi verdadero amor.
Con el corazón debatiéndose entre los dos, el viejo amor y el nuevo amor.
El antiguo por ella, el nuevo que me hacía pensar tanto en Irlanda.
Mientras ligero el aire soplaba en la cañada y agitaba la dorada cebada.
Difíciles fueron las nefastas palabras para romper los lazos que nos ataban.
Pero más duro era cargar la vergüenza de cadenas extrangeras en nuestros hombros.
Entonces dije: "En la cañada estaré en la mañana.
Y me uniré a los valientes United Men, mientras suaves los vientos agiten la cebada."
Entonces eché con besos sus lágrimas y la rodeé en un cariñoso abrazo.
Cuando un disparo enemigo estalló en nuestros oídos, silbando desde la salvaje floresta.
Una bala atravesó el costado de mi amada, tan joven en la primavera de su vida.
Y en mi pecho, en sangre murió, mientras el ligero viento agitaba la cebada.
Pero sangre por sangre sin remordimentos tomé en Oulart Hollow.
Y enterré el cuerpo de mi amada en la tierra, donde pronto tendré que seguirla.
Sobre su tumba he errado sin descanso, mediodía, noche y en la madrugada.
Con el corazón roto siempre al escuchar el viento que agita la cebada.

16.9.06

Crónica de un Verano


¡Qué ganas tenía de escribir algo aquí!

Durante varias semanas he estado aterrorizada. Mis ganas de escribir se han visto atacadas sin piedad; el síndrome "escarlata o'hara" se comió mis defensas con patatas y ketchup. Ese síndrome ataca principalmente en la época estival y navideña, y su síntoma principal se manifiesta con un inequívoco pensamiento: "ya lo haré mañana". ¡Cuidaos si esas palabras se os cruzan por la mente más de dos veces seguidas! Seréis incapaces de hacer algo útil hasta que el virus remita y os abandone hasta la próxima temporada. No tiene piedad. Durante esos días era consciente de que tenía muchas cosas que hacer, pero la apatía se fue apoderando de mi voluntad, y acabé la tercera semana de vacaciones poniéndome contenta porque el preciado periodo estival se acababa... Patético pero cierto.

Ahora bien, tampoco hay que ser tan negativa. No fui a la playa (¡horroooor!), pero fui un domingo a la Riera Salada con mi hermana, cuñado, sobrina y amigos. Nos hizo buen día, y he descubierto un lugar perfecto para disfrutar de un día de monaña... ¡el verano que viene promete!

Conseguí mantener una rutina con Esther; al menos un día a la semana nos íbamos a caminar a última hora de la tarde, cuando aún hay sol y en el aire se respira ese aroma tan característico del verano... El lunes 14 de agosto las dos decidimos hacernos las valientes y seguir "la Ruta del Románic", o sea, una ruta por los caminos de Sallent, Balsareny y Navás siguiendo la estela de las ermitas románicas.

Fue una excursión magnífica, pues coincidió en ser el único día de la semana en que no llovió. El camino era bastante fácil de seguir hasta que decidimos desviarnos para ver Santa Susanna de l'Abellar, del siglo XI. Eran tan sólo 2,5 km., pero a partir de ahí no encontramos ninguna indicación más a la susodicha ermita, excepto un granjero que nos encontramos y nos reafirmó en que íbamos por el camino correcto. Comimos allí y luego retomamos la ruta que nos había de llevar a Sta. Maria de Cornet. Allí nos hicimos las valientes y tomamos el camino de regreso al núcleo urbano: total, ¡qué son 28 km.! Un abrir y cerrar de ojos para algunos, seguro. Para mí fue traumático. En la penúltima parada (para hacer una mini-merienda, como todo buen hobbit explorador) después de haber recolectado moras, almendras e higos, establecí un orden de prioridades para cuando llegara a casa: beber, pesarme y ducharme. ¿Y qué hice? ¿Acaso hay dudas? Me fui derechita al sofá y me quedé allí tumbada una hora. Ni más ni menos. Estaba molida.

Estuve el resto de la semana con agujetas, pero orgullosa de mi hazaña. De pronto me encontraba con ánimo de acometer cosas nuevas: tenía ganas de ir a comprar, pero no dinero (dura es la vida de una hipotecada). Tenía ganas de visitar sitios nuevos, pero no gente con la que ir. Suerte que se acercaba un acontecimiento muy esperado que supondría la salvación de unas vacaciones mediocres: ¡la boda! No, mi boda no; para eso falta un elemento decisivo. Se trata de la boda de Sonia y Alejandro, que eligieron el último día de mis vacaciones para casarse... ¡qué oportunos!

El acontecimiento empezó el martes, con la llegada de Antonio, un amigo de Jaén, que venía a pasar unos días a mi casa hasta que nos fuéramos a Santes Creus, donde se haría la I Convención de Merethianos sin Camiseta Oficial. Secuestré a Sandra y al día siguiente nos fuimos los tres a hacer turismo a Sant Miquel del Fai. Es un lugar bastante pintoresco, al que se llega por una carretera endiablada. Tiene unas caídas de agua espectaculares y una ermita preciosa, pero el lugar pierde mucho si hay sequía y no queda agua corriente.

Después de aquello llegó el reencuentro con los amigos y la boda. Fue curioso el vernos todos vestidos para la ocasión, sin esos disfraces ni pelucas que se repiten en cada mereth, sino con vestidos, faldas, zapatos de tacón, trajes y ¡hasta corbatas! Los novios estaban guapísimos y la ceremonia no fue de aquellas que se hacen interminables. Formamos un grupo compacto, los amigotes de los novios, y aunque nos separaron en el convite al estar en dos mesas, la nuestra fue oficialmente la más escandalosa (y a mucha honra, anda que no me reí). Una celebración inolvidable, la verdad, el colofón ideal para unas vacaciones con muy poco condimiento.

Al día siguiente de haberme despedido del andaluz, los murcianos, los madrileños, los barceloneses y los recién casados, llegué al trabajo con sueño pero con ilusión. El silencio de la oficina vacía y oscura me recibió como si tan sólo hubiera pasado un simple fin de semana. Pero habían más cosas detrás: muchas horas de descanso y muchas ilusiones por hacer realidad. ¡Y el otoño ya está aquí!