21.3.05

Una tarde de domingo

Es curioso como un acto bien sencillo puede dar tanta satisfacción. Un acto tan simple como aprovechar una tarde de domingo, un par de horas antes del atardecer de ese día que acostumbra a ser el final de la semana, para salir a dar un paseo por el campo.
Tiendo a esperar demasiadas cosas de todo lo que me rodea, o aspirar a hacer demasiadas cosas para llenar mi vida. He llegado a estar tan preocupada por ocupar bien mi tiempo que, curiosamente, conseguí el efecto contrario. No hacer nada, porque, ¿será lo mejor para hacer o me estaré perdiendo otras cosas más interesantes? Absurdo, pero ése ha sido mi pensamiento durante demasiado tiempo. Bueno, tal y como entré en ese agujero -con pasos lentos y mesurados- estoy saliendo de él. Ahora puedo ser la persona más feliz del mundo con algo tan sencillo como disfrutar de la compañía de una amistad una tarde de domingo por los caminos de Salnyn.
Definitivamente éste día ha marcado la diferencia de la rutina habitual. Hemos comido toda la troupe en casa (los papis, las dos sobrinillas, las dos hermanas, los dos hermanos, la cuñada y los dos cuñados; un conjunto pintoresco a pesar de que la gata no ha aparecido en toda la tarde por el comedor). Y, cosa más extraña aún, he hecho yo la comida. He cogido mi libro de recetas y, con la imprescindible ayuda de mamá hemos preparado una ensalada y unos spaguetti diferentes... la lástima es que he hecho comida para un regimiento y ha sobrado bastante de todo. Para poner la guinda, ha habido pastel al final (con las velas de rigor, como toca en todos los cumpleaños, un 6 y un 8 muy dignos), y una tertulia bastante encendida para digerir toda la comida.
Luego la casa se ha vaciado paulatinamente y la gata ha empezado a campar a sus anchas antes de que me pusiera las bambas y me fuera a pasear con Gris, a la que hacía bastante tiempo que no veía. El camino se deslizaba suavemente bajo nuestros pies y el paisaje nos envolvía, ampliando nuestros límites de visión, tan acostumbrados a cuatro paredes y un techo. El sol aún se resistía a la tarde de final de invierno por lo que agradecíamos las sombras de los pinos y la brisa ligera. Hablábamos, reíamos y escuchábamos el silencio que reina en las suaves colinas de Salnyn hasta que la silueta centenaria de la ermita ha aparecido entre la floresta, invitándonos al descanso. He recorrido ese camino incontables veces desde que descubrí la necesidad de perderme entre los árboles, y siempre me ocurre lo mismo: al surgir el edificio de piedra, su techo inclinado y su esbelto campanario frente a mí el tiempo se confunde y retrocede. Los cables eléctricos desaparecen, los surcos de los 4x4 son las marcas de las carretas, y el sonido de algún motor ocasional se torna en el relinchar de un caballo. El siglo XXI bien podría ser el siglo XI, y la tarde toma una cualidad casi mágica.
En el camino de regreso el sol se ha sometido a la tarde. El aire es más frío y el paso se acelera, a pesar del pie izquierdo que empieza a renquear. La magia desaparece ante la silueta de la civilización frente a nosotras, pero aún queda lo mejor. El aroma, el vivificante olor del campo en el crepúsculo, cuando parece que todas las esencias salgan de sus escondites y se mezclen, y tú seas un maravillado ladrón que aspira algo que no le pertenece pero que le maravilla.

Al llegar a casa ya no es "domingo final de semana", a pesar de lo cansada que pueda llegar a estar y al resentido pie izquierdo. Parece que los ingleses tengan razón, pues he pasado a "domingo inicio de semana", y encima semana corta, que promete un final más maravilloso aún.

No se necesitan grandes cosas para disfrutar: buena compañía y un camino que se pierda entre los árboles, las colinas y el tiempo.

Los caminos siguen avanzando,
sobre rocas y bajo árboles,
por cuevas donde el sol no brilla,
por arroyos que el mar no encuentran,
sobre las nieves que el invierno siembra,
y entre las flores alegres de junio,
sobre la hierba y sobre la piedra,
bajo los montes a la luz de la luna.
Los caminos siguen avanzando
bajo las nubes, y las estrellas,
pero los pies que han echado a andar
regresan por fin al hogar lejano.
Los ojos que fuegos y espadas han visto,
y horrores en salones de piedra,
miran al fin las praderas verdes,
colinas y árboles conocidos.
JRR Tolkien, "El Hobbit"