16.9.06

Crónica de un Verano


¡Qué ganas tenía de escribir algo aquí!

Durante varias semanas he estado aterrorizada. Mis ganas de escribir se han visto atacadas sin piedad; el síndrome "escarlata o'hara" se comió mis defensas con patatas y ketchup. Ese síndrome ataca principalmente en la época estival y navideña, y su síntoma principal se manifiesta con un inequívoco pensamiento: "ya lo haré mañana". ¡Cuidaos si esas palabras se os cruzan por la mente más de dos veces seguidas! Seréis incapaces de hacer algo útil hasta que el virus remita y os abandone hasta la próxima temporada. No tiene piedad. Durante esos días era consciente de que tenía muchas cosas que hacer, pero la apatía se fue apoderando de mi voluntad, y acabé la tercera semana de vacaciones poniéndome contenta porque el preciado periodo estival se acababa... Patético pero cierto.

Ahora bien, tampoco hay que ser tan negativa. No fui a la playa (¡horroooor!), pero fui un domingo a la Riera Salada con mi hermana, cuñado, sobrina y amigos. Nos hizo buen día, y he descubierto un lugar perfecto para disfrutar de un día de monaña... ¡el verano que viene promete!

Conseguí mantener una rutina con Esther; al menos un día a la semana nos íbamos a caminar a última hora de la tarde, cuando aún hay sol y en el aire se respira ese aroma tan característico del verano... El lunes 14 de agosto las dos decidimos hacernos las valientes y seguir "la Ruta del Románic", o sea, una ruta por los caminos de Sallent, Balsareny y Navás siguiendo la estela de las ermitas románicas.

Fue una excursión magnífica, pues coincidió en ser el único día de la semana en que no llovió. El camino era bastante fácil de seguir hasta que decidimos desviarnos para ver Santa Susanna de l'Abellar, del siglo XI. Eran tan sólo 2,5 km., pero a partir de ahí no encontramos ninguna indicación más a la susodicha ermita, excepto un granjero que nos encontramos y nos reafirmó en que íbamos por el camino correcto. Comimos allí y luego retomamos la ruta que nos había de llevar a Sta. Maria de Cornet. Allí nos hicimos las valientes y tomamos el camino de regreso al núcleo urbano: total, ¡qué son 28 km.! Un abrir y cerrar de ojos para algunos, seguro. Para mí fue traumático. En la penúltima parada (para hacer una mini-merienda, como todo buen hobbit explorador) después de haber recolectado moras, almendras e higos, establecí un orden de prioridades para cuando llegara a casa: beber, pesarme y ducharme. ¿Y qué hice? ¿Acaso hay dudas? Me fui derechita al sofá y me quedé allí tumbada una hora. Ni más ni menos. Estaba molida.

Estuve el resto de la semana con agujetas, pero orgullosa de mi hazaña. De pronto me encontraba con ánimo de acometer cosas nuevas: tenía ganas de ir a comprar, pero no dinero (dura es la vida de una hipotecada). Tenía ganas de visitar sitios nuevos, pero no gente con la que ir. Suerte que se acercaba un acontecimiento muy esperado que supondría la salvación de unas vacaciones mediocres: ¡la boda! No, mi boda no; para eso falta un elemento decisivo. Se trata de la boda de Sonia y Alejandro, que eligieron el último día de mis vacaciones para casarse... ¡qué oportunos!

El acontecimiento empezó el martes, con la llegada de Antonio, un amigo de Jaén, que venía a pasar unos días a mi casa hasta que nos fuéramos a Santes Creus, donde se haría la I Convención de Merethianos sin Camiseta Oficial. Secuestré a Sandra y al día siguiente nos fuimos los tres a hacer turismo a Sant Miquel del Fai. Es un lugar bastante pintoresco, al que se llega por una carretera endiablada. Tiene unas caídas de agua espectaculares y una ermita preciosa, pero el lugar pierde mucho si hay sequía y no queda agua corriente.

Después de aquello llegó el reencuentro con los amigos y la boda. Fue curioso el vernos todos vestidos para la ocasión, sin esos disfraces ni pelucas que se repiten en cada mereth, sino con vestidos, faldas, zapatos de tacón, trajes y ¡hasta corbatas! Los novios estaban guapísimos y la ceremonia no fue de aquellas que se hacen interminables. Formamos un grupo compacto, los amigotes de los novios, y aunque nos separaron en el convite al estar en dos mesas, la nuestra fue oficialmente la más escandalosa (y a mucha honra, anda que no me reí). Una celebración inolvidable, la verdad, el colofón ideal para unas vacaciones con muy poco condimiento.

Al día siguiente de haberme despedido del andaluz, los murcianos, los madrileños, los barceloneses y los recién casados, llegué al trabajo con sueño pero con ilusión. El silencio de la oficina vacía y oscura me recibió como si tan sólo hubiera pasado un simple fin de semana. Pero habían más cosas detrás: muchas horas de descanso y muchas ilusiones por hacer realidad. ¡Y el otoño ya está aquí!

1 Comments:

Blogger julieta de los espíritus said...

maldita pereza patológica, q más bien es miedo con disfraz de pereza...
suele acecharme;
salud!

1:45 p. m.  

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