2.7.05

Érase una mujer a una butaca pegada...

Acabo de regresar del cine. Es la 1,05 h. de la madrugada, pero aún estoy traumatizada, si se puede decir así. He oído varias opiniones de conocidos y amigos de la red sobre la última película de Steven Spielberg, La Guerra de los Mundos, la primera de una amiga que tuvo la suerte de poder verla en el pase de prensa de Barcelona, y la suya fue la más optimista. No puedo decir si me ha gustado, pero lo único que sé de cierto a estas alturas es que me ha "acojonado". Sí, lo sé, es una palabra vulgar, pero la verdad es ésa. El papaíto de ET, de Tiburón, del encuentro en la tercera fase, y de la niña del abrigo rojo de la Lista de Schlinder ha creado un monstruo. Por lo que he visto, y por lo que sé del cine fantástico (bien poco, pero de algo sirvió el curso que hice), su invento ha funcionado a la perfección conmigo. Hasta su elección de Tom Cruise como protagonista y el papel de Tim Robbins sirven a sus propósitos. Bueno, estoy vomitando palabras sin orden ni concierto, así que me detendré un momento y no dejaré que las emociones se apoderen de mí.
Mucho debe el papaíto Spielberg a la película anterior. Lo único que guardo en mente de ella (no creo ni que la viera entera de pequeña), es una especie de nave ovalada con un horrible ojo central y con tres tentáculos enormes que hacen de piernas. Esta versión ha cogido lo más impactante de la película anterior y lo ha adaptado (a mi parecer, de una forma magnífica) a los tiempos actuales; es decir, ha hecho las naves más grandes, y ha conservado esos sonidos horribles, sin vida, discordantes, que automáticamente nos hacían pensar: el monstruo se acerca... Sí, la voz en off del principio y del final es chocante (aún parecía que Matías Prat padre tuviera que salir por ahí, o Felix Rodríguez de la Fuente... ¿os imagináis a Félix explicando la invasión de los extraterrestres? para morirse del susto). La presentación de Ray Ferrier es bastante fantasmilla (pero ojo, eso es lo que debe ser), y la imagen tiene esa tonalidad gris, vacía, sin vida, que emula a un documental de los años 70. Aquí no vamos a tener una película de fuegos artificiales, ni de héroes del 4 de julio, ni bandera al final de la película (bueno, salen al principio, sí, y bastantes, pero sin esa musiquilla de fondo que pretende poner al personal con la mano en el pecho). Aquí vamos a tener la explicación descarnada de un exterminio, sin tener tiempo de reflexionar sobre los horrores que desfilan ante nuestros ojos.
Inconscientemente esperamos que Tom sea el héroe de la película y por eso nos choca que el personaje vil y egoísta del principio no se vaya sublimando a lo largo del film; su hijo es el héroe, y él tan sólo es el inconsciente que se deja llevar por la situación y asiste impotente a su propia impotencia. Ni tan sólo es capaz de tranquilizar a su hija. No sabe qué hacer, ni tiene la solución perfecta, excepto en una ocasión en que su instinto de supervivencia juega a ser el héroe y le sale bien (supongo que lo estipulaba en su contrato: Mr. Cruise debe lucirse al menos una vez), ¡si hasta sale más bajo que Tim Robbins! Y todos sabemos que Tom nunca sale más bajo que nadie en ninguna de sus películas, así que eso ya es algo, ¿no? Ray Ferrier, abrumado por la situación, sólo sabe una cosa: su hija depende de él, y debe llevarla con su madre. ¿Por qué? Porque todos necesitamos de una meta para seguir adelante, y esa meta se convierte en su tabla de salvación.
Y qué decir de Dakota... ella sí que es la columna vertebral de la película. Sus enormes ojos asustados, su claustrofobia, su toque repelentillo de adulta (que se lo perdono, hasta me gusta) y sus gritos de histeria. Aparte de la cursilería de "éste es tu espacio, aquí no te pasará nada", todo lo que rodea a esa pequeña gran actriz es emoción pura y dura. Se notan las prioridades del director, sí, a pesar del ex de nuestra Pe.
Y luego viene lo de Tim Robbins, el chalado del subterráneo. Otro toque de efecto, pues de Tim volvemos a esperarnos más, y sólo percibimos de su actuación que se le ha ido la olla, al pobre. La resolución de su personaje puede ser una obviedad, pero su patetismo es otro de los ingredientes de la fórmula magistral: esto es el caos, señores. Una buena acción no tiene porqué tener una justa recompensa. Sólo existe el momento, el Ahora. Y Ray tiene que cuidar de su hija, por encima de todo. Los remordimientos por el salvajismo vendrán después de los créditos finales.
He entrado en la sala esperando sumergirme en la película, y salir a la superficie dos horas y pico después. Y eso es lo que ha ocurrido. Me he dejado impresionar por los relámpagos reflejados en las ventanas, por la aparición a lo grande de la primera nave en New Jersey, por esos tentáculos dalinianos de pesadilla, y los monstruos ciclópeos que arrasaban con todo a su paso. Me he reído con desgana de los chistes (la gente ni se reía), no porque fueran malos, que no lo eran, sino porque estaba casi en estado de shock. Me he tapado la boca con la mano del susto cuando el desquiciado Tim hace ruido sin querer (el tan manido golpe de efecto, pero he caído, y a mucha honra). Y mis ojos horrorizados han visto los cuerpos deslizándose por el agua, el pánico que inspiraba ese terrible trompeteo que precedía a la destrucción, la locura de las masas yendo hacia el ferry, la tierra teñida de rojo, y el terror de verse atrapados al fin.
Para mí no ha sido una película más, ni mucho menos. Acabo de ver una obra de arte filmada por Steven Spielberg, y a pesar del acaramelado y abrupto final, y de los defectos (que haberlos, hailos, pero no los voy a recitar aquí sencillamente porque para mí no son muy importantes), me ha dejado con ese regusto amargo que te queda al ver cierto tipo de películas en el cine (el primer ejemplo que se me ocurre: Seven). Y lo mejor es que eso es precisamente para lo que está pensada la película; para que salgas pensando: ¿Y si eso llegara a pasar? Imagínate, tan orgullosos los humanos del Primer Mundo de nuestra hegemonía en la Tierra, de nuestra sociedad tan segura y ordenada. ¿Qué pasaría si todo se fuera al garete? ¿Si no hubieran héroes? ¿Si lo único importante fuera el sobrevivir, aunque sea por encima de los demás? ¿Y si fuéramos bichitos de laboratorio y unos seres más poderosos que nosotros y sin piedad vinieran a robarnos lo que hemos hecho nuestro? Qué horror... Aunque ahora viene lo peor ¿Y si eso, en diferentes grados, ya estuviera pasando en nuestra bienamada Tierra? Sólo tenemos que ponernos como extraterrestres nosotros, los habitantes del Primer Mundo, y seguro que surgen de nuestra cabeza más de un ejemplo de bichitos de laboratorio. Vaya, el café está haciendo efecto, parece... Ya son las 2,18 h., habrá que dejarlo aquí.
Pd.: Yo por si las moscas he vuelto en el coche pensando dónde podría esconderme y qué haría si me ocurriera eso... bendito Steven Spielberg...