20.6.05

Mañaña azul y verde; tarde ceniza.

Esta mañana ha habido expedición familiar: hemos cogido bebida, comida, mesas, sillas, toallas y no hemos soltado la carretera hasta llegar a Guixers, pasado Solsona, en pleno Pre-Pirineo. Allí, al lado de una estación de esquí, está un parque de Icona acondicionado como el mejor merendero donde he estado jamás. El lugar es idílico, y el paisaje impresionante: altas montañas, riscos graníticos totalmente verticales, gris, verde y azul: simple pero alucinante. El contacto con la naturaleza es algo que no deberíamos perder nunca porque tiene la capacidad de despejar la mente, unir a las personas y renovar las fuerzas (¡ah!, y también tiene el nada despreciable poder de dejarte achicharrado si estás sobre los 1.000 y pico metros de altura, pero para eso existen los protectores solares...).
He respirado aire puro, he comido una señora paella hecha con fuego de leña, he disfrutado de mis sobrinas y mis hermanos y hermanas como hacía demasiado tiempo que no lo hacía, y he dormido bajo la cortina de ramas de los árboles. En resumen: he vuelto a recordar lo que necesito sentir un espacio libre de cuatro paredes y un techo, la hierba mullida bajo los pies y el simple contacto con el tronco de un árbol (puede parecer cursi, pero es así, a pesar de la resina).
Luego ha tocado el regreso, las curvas, el paisaje que discurre sin parar y el viento en el rostro. Pero una nube oscura nos esperaba al término del viaje. Una nube que se ha acabado tragando el sol y le ha dado un halo rojizo y cargado al paisaje conocido. Hace más de diez años pasó algo muy parecido (bueno, mucho peor, y espero que no se repita), por lo que todos supimos al poco tiempo lo que pasaba: el bajo cielo gris y a lo alto azul; calor bochornosa y un cierto olor a ceniza... Y de repente lo hemos visto frente a nosotros: humo, varias espesas cortinas de humo que se extendían en los preciosos bosques del Bages, la comarca donde vivo, y los pequeños hidroaviones que intentaban luchar con el demoníaco fuego.
Al salir del coche la ceniza caía por doquier, a pesar de estar a unos 30 quilómetros del incendio. Y el olor a madera quemada aún no ha desaparecido. Y es curioso pensar como hace exactamente una semana estuve con tres amigos admirando el paisaje que ahora es víctima del fuego y de la inconsciencia de las personas. Una curiosa y maldita coincidencia.