20.7.05

Llamas y humo

"Empezaba a amanecer cuando he salido del núcleo urbano hacia la carretera y si hubiera podido me habría parado ... : el cielo del oeste estaba completamente raso, con un azul profundo y nuevo en el que se perfilaba una perfecta luna llena, enorme, baja, brillante, como si acabara de salir de entre las colinas para ser admirada durante toda la noche..."
Estas líneas son un extracto de la primera vez que escribí en este blog en enero. Cada mañana salgo a la variante de Sallent por la glorieta norte, aunque así recorra 2 quilómetros más de la cuenta. Me ahorro los pasos de peatones, los stops, el semáforo y las típicas retenciones matutinas del pueblo, y además empiezo el día con una vista preciosa. Sí, esas colinas que enmarcan el oeste, repletas de pinos, con la torre de Castellnou de Bages al fondo... Algunos pueden pensar que es una tontería, pero para mí es muy importante poder ver cada mañana ese magnífico lienzo del verde más vivo y el azul límpido de poco después del amanecer. Bien, pues esas colinas sobre las que descansaba la luna una hermosa mañana de enero, esas colinas ardieron ayer. Ahora son ceniza. El verde se ha convertido en gris y negro. Lo que antes era una inspiración diaria, una medicina para la mente, de repente es pasto de la desolación.
Ayer me desperté de la siesta con el ruido de las sirenas. Al salir al comedor me hermano me dijo que había un incendio muy cerca de la mina de Vilafruns. Mi cuñado, que es minero, se lo había dicho. Salí de casa con el miedo en el cuerpo, y justo al mirar al noroeste ví la columna de humo negro más grande y cerca que nunca... Pero es que antes de llegar a la glorieta desde la que retransmitieron todas las cadenas más tarde la horripilante vista del fuego dejó muy atrás el impacto del humo. Largas lenguas de fuego que tocaban los árboles en un abrazo mortal. Tuve que ir al trabajo, pero estuve las 3 horas colgada a la página de emergencias de la generalitat. Luego, al volver a Sallent, el fuego había dejado paso a una espesa humareda blanca que a penas dejaba ver las llamas. El pueblo estaba repleto de camiones de bomberos que iban y venían, cubas de agua llevadas por enormes tractores, gente tiznada por la ceniza. Y los helicópteros seguían sobrevolando el cielo. Un día difícil de olvidar. Me fui a la cama esperando que el nuevo día trajera buenas noticias.
Estaba ya despierta esta mañana cuando he oído el primer ruido de la mañana. No ha sido el despertador, sino el aleteo de un helicóptero que volaba bastante bajo, dirección norte. Eran las 7 menos diez, y a partir de entonces pasó otro helicóptero y una avioneta como mínimo. Al salir del bloque donde vivo reinaba la brisa fresca matutina, y en el cielo no había ni una de esas terribles marcas de humo. No, el humo estaba concentrado en la enorme herida que el fuego ha dejado. Una neblina blanca que empañaba los árboles calcinados, nada de ese humo oscuro y hasta rojizo que me hizo llorar ayer. Pero a vista de esta mañana ha causado el mismo efecto. Quise rememorar la vista de hacía justo 24 horas, y no fue posible. El gris ceniza estaba por doquier.
No creo que vuelva a salir por la glorieta norte. No al menos en unos días. No hasta que me acostumbre a esa desolación. En Guadalajara la devastación ha sido peor, y es lamentable la pérdida de vidas, pero por ahora sólo puedo pensar en lo que ocurrió ayer a menos de tres quilómetros de casa. Sólo me cabe dar las gracias a todos aquellos que se enfrentaron con valentía al fuego, y a los que lo siguen haciendo. Gracias, y tened cuidado, que el fuego es un horrible enemigo, con un corazón rojo de ira.