6.7.05

Aplicación práctica de la Ley de Murphy

No, no se me ha caído la tostada por el lado de la mermelada. Ni las cosas me tienden a ir especialmente mal. Sólo que, si sigo así, voy a tener que coger la baja por incapacidad para escribir en un teclado. Tengo la yema del dedo índice derecho echa polvo. Primero fue un pequeño accidente, en el que me hice un diminuto morado de esos en los que se acumula sangre y que son tan molestos, del que no recuerdo el nombre exacto (en catalán se llama sangtraït, pero no creo que en castellano sea la traducción literal, pues sería "sangre traicionada" y queda un poco forzado, la verdad...)
Pues bien, un par de días más tarde, cuando la sangre volvió a su cauce normal, me clavé una maldita astilla de madera unos milímetros más arriba, justo donde el dedo se apoya para escribir en el teclado. Cada mañana tenía que hacerme un vendaje bastante elaborado para no apoyar del todo el dedo. Hasta me pareció que se había quedado un trozo de astilla dentro de la herida, y tuve que hacer de pseudo-cirujana con una aguja esterilizada; total, para hacerme la herida más grande y darme cuenta de que allí no había nada.
Yo ya había aprendido la lección (esa de que siempre tendemos -o tienden- a hacernos daño en el mismo sitio), pero algo debe fallar en mi subconsciente o el azar tiene un sentido del humor muy curioso, porque... ¿dónde me hice un corte ayer por la tarde con el rascador de hornos? No, no estaba rascando el horno de mi piso-aún-sin-estrenar, porque, efectivamente, aún no he estrenado el horno, pero descubrí que era perfecto para sacar los adhesivos "climatit" de las ventanas. Sudé la gota gorda para quitar 2 míseras etiquetas, y, como despedida... ¡ala! Un cortecito de nada de aquellos que no parar de sangrar. Y esta mañana vuelvo a ver las estrellas con el maldito teclado.
Murphy, no insistas, que ya he captado la indirecta... ¡deja mi pobre dedo en paz, por favor!
Pd.: Encima, cuando hoy he ido a la primera tienda de muebles para empezar a mirar habitaciones, he tenido que hacer de buena samaritana y coger un gatito que se había colado en la tienda. Pues el gato me ha dejado el antebrazo marcado con 2 arañazos, de arriba a abajo, cómo nunca me han hecho mis propios gatos. Y cuando salí del lavabo de limpiarme (por suerte, las dependientas no vieron como me había arañado, hubiera sido más humillante aún), la que en teoría me estaba atendiendo se había ido a hacer negocios con una pareja. Me fui enseguida, y si no fuera porque me ha gustado una habitación, ¡anda que me iban a volver a ver el pelo allí!